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COMUNIDADE CATÓLICA DE MINECRAFT - A UMA DÉCADA A SERVIÇO DA IGREJA

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Libreto Celebrativo | Fiesta de Nuestra Señora de la Merced

 

FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED
 
24.09.2024
 
RITOS INICIALES
 
CANTO DE ENTRADA
(Hija de Sión)
 
Una vez reunido el pueblo, el sacerdote se dirige al altar con los ministros, durante el canto de entrada.

HIJA DE SIÓN, ALÉGRATE
PORQUE EL SEÑOR ESTÁ EN TI, SALVADOR Y REY
 
ÁLZATE Y RESPLANDECE PORQUE VIENE TU LUZ,
SOBRE TI SE ALZA LA GLORIA DEL SEÑOR.
MIENTRAS LAS TINIEBLAS SE EXTIENDEN POR LA TIERRA
Y YACEN LOS PUEBLOS EN DENSA OSCURIDAD. R.

HACIA TU LUZ CAMINAN LAS NACIONES
Y LOS REYES AL FULGOR DE TU AURORA,
ALZA LOS OJOS Y MIRA EN TORNO TUYO,
TODOS TUS HIJOS VIENEN A TI. R.

VERÁS TODO ESTO RADIANTE DE GOZO,
TE LLENARÁS DE EMOCIÓN,
PORQUE TE LLEGAN LAS VIVEZAS DE LAS GENTES
Y VIENEN A TI LOS TESOROS DEL MAR. R.

YA NO SERÁ EL SOL TU LUZ EN EL DÍA,
NI TE ALUMBRARÁ LA CLARIDAD DE LA LUNA
PORQUE EL SEÑOR SERÁ TU LUZ ETERNA
Y TU BELLEZA SERÁ TU DIOS. R.

 
ANTÍFONA DE ENTRADA
(Misal Romano)

Si no hay canto de entrada, se recita la antífona:
V.: «Alégrense de todo corazón, todos los que son devotos de la Santísima Virgen, celebren con gozo su conmemoración, pues ella ha venido en ayuda del pueblo cautivo».
 
Llegado al altar y habiendo hecho la debida reverencia, besarlo en señal de veneración y, si procede, inciensarlo. Luego todos van a las sillas.
 
Ante la asamblea reunida, al terminar el canto de entrada, el sacerdote dice:
Pres.: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
R.: Amén
 
El sacerdote saluda al pueblo con una de las fórmulas siguientes:
Pres.: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes.
R.: Y con tu espíritu.
 
El sacerdote, diácono u otro ministro debidamente preparado podrá, en breves palabras, introducir a los fieles en la misa del día.
 
ACTO PENITENCIAL
 
Pres.: Hermanos: para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados.

Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos dicen en común la fórmula de la confesión general:
R.: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. 
Y, golpeándose el pecho, dicen: 
R.: Por mi culpa, por mi culpa, por mí gran culpa. 
Luego, prosiguen: 
R.: Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.
 
Sigue la absolución del sacerdote:
Pres.: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R.: Amén.
 
Pres.: Señor, ten piedad.
R.: Señor, ten piedad.

Pres.: Cristo, ten piedad.
R.: Cristo, ten piedad.

Pres.: Señor, ten piedad.
R.: Señor, ten piedad.
 
GLORIA
 
R.: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor, Hijo único, Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros. Porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén.
 
ORACION COLECTA
 
Acabado el himno, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Pres.: Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos. Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración colecta:
Dios Padre de misericordia, que enviaste al mundo a tu Hijo, Redentor de los hombres, concede, a cuantos invocamos a su Madre con el título de la Merced, mantenernos fielmente en la verdadera libertad de los hijos que Cristo, el Señor, nos mereció con su sacrificio, y promoverla también entre todos los hombres. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
R.: Amén.
 
LITURGIA DE LA PALABRA
 
PRIMERA LECTURA
(Jdt 15,8-10.14; 16, 13-14)
 
Lector: Lectura del libro de Judit.
En aquellos días, el sumo sacerdote, Joaquín, y el consejo de ancianos de Jerusalén acudieron desde Jerusalén para ver por sí mismos las maravillas realizadas por el Señor en favor de su pueblo y para felicitar a Judit. 
Cuando estuvieron ante ella, la alabaron a una voz, diciendo: 
«Tú eres la gloria de Jerusalén, 
tú eres el orgullo de Israel, 
tú eres el honor de nuestro pueblo. 
Lo has hecho todo con tu mano. 
Has devuelto la dicha a Israel, 
y Dios se muestra complacido. 
La bendición del Señor todopoderoso
te acompañe por todos los siglos». 
Y todo el pueblo respondió:
«¡Amén! ¡Amén!».
En medio de todo Israel, Judit entonó este himno de alabanza y acción de gracias, que coreaba todo el pueblo:
Cantaré a mi Dios un cántico nuevo:
Señor, tú eres grande y glorioso,
admirable en tu fuerza, invencible. 
Que te sirva toda la creación, 
porque tú lo mandaste, y existió; 
enviaste tu aliento, y la construiste, 
nada puede resistir a tu voz.
Lector: Palabra de Dios.
R.: Te alabamos, Señor.
 
SALMO RESPONSORIAL
(Lc 1, 46-55)
 
R. El Señor ha tenido misericordia de su pueblo.

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava
desde ahora me felicitarán todas las generaciones. R.
 
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es Santo.
Y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. R.
 
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón.
Derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes;
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos. R.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. R.
 
SEGUNDA LECTURA
(opcional)
(Gál 5, 1.13-25)
 
Lector: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas.
Hermanos:
Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejen que vuelvan a someterlos a yugos de esclavitud.
Pues ustedes, han sido llamados a la libertad; ahora bien, no utilicen la libertad como estímulo para la carne; al contrario, sean esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero, cuidado, pues mordiéndose y devorándose unos a otros acabarán por destruirse mutuamente. 
Frente a ello, yo les digo: caminen según el Espíritu y no realizarán los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay entre ellos un antagonismo tal que no hacen lo que quisieran. Pero si son conducidos por el Espíritu, no están bajo la ley. 
Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y los prevengo, como ya los previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios. 
En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.
Lector: Palabra de Dios.
R.: Te alabamos, Señor.
 
SECUENCIA
(opcional)
 
V.: Cante, legión de cautivos;
que se alegren los cristianos
y que todos los humanos
entonen himnos festivos
a su Madre, por doquier.

Saltemos todos de gozo
celebrando agradecidos
el haber sido escogidos
para ver, con alborozo
rejas y cepos romper.

Fundadora y Madre nuestra,
tiende próvida tu diestra
hacia el mísero aherrojado;
y haz, a un tiempo, copia y muestra
del Amor crucificado
la Familia que has fundado.

¡Que tu faz, Virgen María,
como refulgente aurora,
sea la luz precursora
de aquel nuevo eterno día,
que alcanzar por tí confía
quien su amor te rinde ahora!
Amén.
 
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO
 
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
 
AQUÍ ESTÁ LA ESCLAVA DEL SEÑOR, 
HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA.
 
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
 
Mientras tanto, el sacerdote, cuando se utiliza incienso, lo coloca en el incensario. El diácono, que proclamará el Evangelio, inclinándose profundamente ante el sacerdote, pide en voz baja la bendición:
V.: 
Padre, dame tu bendición.

El sacerdote dice en voz baja:
Pres.:
 El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Evangelio; en el nombre del Padre, y del Hijo  y del Espíritu Santo.

El diácono hace la señal de la cruz y responde:
V.:
 Amén.

Pero si no está presente el diácono, el sacerdote, inclinado ante el altar, dice en secreto:
Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que pueda anunciar dignamente tu santo Evangelio.
 
EVANGELIO
(Jn 19, 25-27)
 
Después el diácono (o el sacerdote) va al ambón, y dice:
V.:
 El Señor esté con ustedes.
R.: Y con tu espíritu.

El diácono (o el sacerdote), dice:
 Lectura del santo Evangelio según san Juan.
y, mientras tanto, hace la señal de la cruz sobre el libro y luego sobre sí mismo, en la frente, la boca y el pecho.
R.:
 Gloria a ti, Señor.
 
Luego el diácono o el sacerdote, si procede, inciensa el libro y proclama el Evangelio.
V.:
 En aquella hora, Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. 
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: 
«Mujer, ahí tienes a tu hijo». 
Luego, dijo al discípulo: 
«Ahí tienes a tu madre». 
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
V.:  Palabra del Señor.
R.:  Gloria a ti, Señor Jesús.
 
Luego besa el libro, diciendo la oración en silencio.
 
HOMILÍA
 
Luego se pronuncia la homilía, que es responsabilidad del sacerdote o diácono; Es obligatorio todos los domingos y días festivos y también recomendado el resto de días.
 
PLEGARIA UNIVERSAL
 
Pres.:
 Por intercesión de la Virgen santísima, nuestra Madre y Señora, presentemos a Dios nuestras peticiones, con el deseo de imitar a la que es modelo de colaboración a la obra redentora de Cristo.
R.: Escucha Padre nuestra oración.
 
1.  Por la Iglesia santa, para que, guiada por sus pastores, sea como Jesús libre y liberadora. Roguemos al Señor. R.
 
2. Por los gobernantes de los pueblos, para que reconozcan los derechos de las personas, promuevan la libertad social, religiosa y política de los ciudadanos, y eliminen toda clase de opresiones. Roguemos al Señor. R.
 
3. Por los perseguidos a causa de su fe, por los que no pueden profesarla libremente, por los que están sometidos culturalmente, por todos los oprimidos, por los encarcelados, para que perseveren fuertes en la fe y puedan gozar pronto de la libertad. Roguemos al Señor. R.
 
4. Por los presos y los que son víctima de cualquier tipo de esclavitud, para que encuentren en la Virgen María la ayuda y el consuelo para no rendirse. Roguemos al SeñorR.

5. Por todos los aquí reunidos, para que la Euclaristía nos redima de toda cautividad y nos haga mensajeros de liberación. Roguemos al Señor. R.
 
Pres.: Oh, Señor, que nos concedes la alegría de llamar Madre nuestra a la Madre de tu Hijo, escucha nuestras súplicas por amor a ella, y enséñanos a mostrarla al mundo como instrumento de redención. Por Jesucristo nuestro Señor.
R.: Amén.
 
LITURGIA EUCARÍSTICA
 
PRESENTACIÓN DE LOS DONES
(Bendito eres tu, Señor)
 
Terminado lo anterior, comienza el canto para el ofertorio. Mientras tanto, los ministros colocan sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz, la palia y el misal.

BENDITO ERES TÚ, SEÑOR,
BENDITO TU SANTO NOMBRE.
ALELUYA, ALELUYA.

TÚ QUE HAS HECHO EL CIELO Y LA TIERRA,
DIOS GRANDE, DIOS EXCELSO,
TÚ, REY PODEROSO, BENDITO ERES TÚ. R.

TÚ QUE ERES NUESTRO SALVADOR.
TÚ QUE NOS DAS GOZO Y VIDA.
TÚ DIOS SANTO, BENDITO ERES TÚ. R.

TÚ QUE ERES GRANDE EN EL AMOR,
TÚ, DIOS DE MISERICORDIA,
TÚ, DIOS CLEMENTE, BENDITO ERES TÚ. R.

Conviene que los fieles expresen su participación en la ofrenda, bien sea llevando el pan y el vino para la celebración de la Eucaristía, bien presentando otros dones para las necesidades de la Iglesia o de los pobres. 
 
El sacerdote, de pie ante el altar, recibe la patena con el pan en las manos y, levantándola un poco por encima del altar, dice la oración en silencio. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.
 
El diácono o sacerdote vierte vino y un poco de agua en el cáliz, orando en silencio.
 
Luego, el sacerdote recibe el cáliz en sus manos y, levantándolo un poco por encima del altar, dice la oración en silencio: luego, coloca el cáliz sobre el corporal.
 
Luego el sacerdote, profundamente inclinado, reza en silencio.
 
Y, si procede, inciensar las ofrendas, la cruz y el altar. Después, el diácono u otro ministro inciensa al sacerdote y al pueblo.
 
Luego, el sacerdote, de pie junto al altar, se lava las manos y dice la oración en silencio.
 
El sacerdote, de pie en el centro del altar, dice:
Pres.: Oren, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
R.: El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.
 
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
 
Luego el sacerdote dice la oración sobre las ofrendas:
Pres.: Recibe, Señor, las ofrendas de tu pueblo que celebra el memorial de la inmensa caridad de Cristo, y confírmanos en el amor a Ti y al prójimo, por intercesión de la gloriosa Virgen María. Por Jesucristo nuestro Señor.
R.: Amén.
 
PREFACIO II DE SANTA MARÍA VIRGEN
(La Iglesia alaba a Dios con las palabras de María)
 
El sacerdote comienza la plegaria eucarística con el prefacio. Dice:
Pres.: El Señor esté con ustedes.
R.: Y con tu espíritu.

El sacerdote prosigue:
Pres.: Levantemos el corazón.
R.: Lo tenemos levantado hacia el Señor.

El sacerdote añade:
Pres.: Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R.: Es justo y necesario.

El sacerdote prosigue el prefacio.
Pres.: 
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Señor, y proclamar tus maravillas en la perfección de tus santos; y, al conmemorar a la bienaventurada Virgen María, exaltar especialmente tu generosidad inspirándonos en su mismo cántico de alabanza. 
En verdad hiciste obras grandes en favor de todos los pueblos, y has mantenido tu misericordia de generación en generación, cuando, al mirar la humillación de tu esclava, por ella nos diste al autor de la vida, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro.
Por él, los ángeles y los arcángeles te adoran eternamente, gozosos en tu presencia. Permítenos unirnos a sus voces cantando tu alabanza:
 
En unión con el pueblo, concluye el prefacio, cantando o diciendo en voz alta:
R.:
  Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.
 
PLEGARIA EUCARÍSTICA III
 
El sacerdote dice:
Pres.:
 SANTO eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso.
 
Pres.: Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean Cuerpo  y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar estos misterios.
 
El relato de la institución de la Eucaristía debe darse de forma clara y audible, como lo exige su naturaleza.
Pres.: Porque el mismo, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan,

Toma el pan y, manteniéndolo un poco elevado sobre el altar, continúa:
tomó pan, y dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos.

Muestra al pueblo la hostia consagrada, la coloca en la patena y hace una genuflexión en adoración.
 
El sacerdote prosigue:
Pres.:  Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz,

Toma el cáliz en sus manos y, manteniéndolo ligeramente elevado sobre el altar, continúa:
y, dándote gracias de nuevo, lo pasó a sus discípulos.

Muestra el cáliz al pueblo, la coloca sobre su cuerpo y hace una genuflexión en adoración.
 
El sacerdote prosigue:
Pres.: Éste es el Sacramento de nuestra fe.
R.: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!
 
Después, el sacerdote, con las manos extendidas dice:
Pres.: Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección, y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo.
 
Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.
 
1C: Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con Maria, la Virgen, Madre de Dios, su esposo San José, los apóstoles y los mártires, y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda.
 
2C: Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el Papa Juan Pablo VI, a nuestro Obispo N., al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti.
 
Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo.

A nuestros hermanos difuntos, y a cuantos murieron en tu amistad, recíbelos en tu Reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria, por Cristo Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes.
 
Toma la patena con el pan consagrado y el cáliz y, sosteniéndolos elevados, dice:
Pres.:
 Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

El pueblo aclama:
R.:
 Amén.
 
RITO DE COMUNIÓN
 
Una vez que ha dejado el cáliz y la patena, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Pres.:
 Llenos de alegría por ser hijos de Dios, digamos confiadamente la oración que Cristo nos enseñó:

Junto con el pueblo, continúa:
R.:
 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal

El sacerdote prosigue él solo:
Pres.: Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
El pueblo concluye la oración, aclamando:
R.:
 Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.

Después el sacerdote dice en voz alta:
Pres.: 
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: "La paz les dejo, mi paz les doy", no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad.
El sacerdote junta sus manos y concluye:
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R.: Amén.

El sacerdote añade:
Pres.: La paz del Señor esté siempre con ustedes
R.: Y con tu espíritu.

Luego, si se juzga oportuno, el diácono, o el sacerdote, añade: 
V.: Como hijos de Dios, intercambien ahora un signo de comunión fraterna.

Y cada uno, según la costumbre del lugar, se manifiesta entre sí paz, comunión y caridad; el sacerdote da la paz al diácono y a los demás ministros.
 
Luego, el sacerdote parte el pan consagrado sobre la patena y coloca un trozo en el cáliz, orando en silencio.
 
Se canta o se dice:
R.:
  Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.
 
El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena, lo muestra al pueblo, diciendo:
Pres.:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
R.: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
 
COMUNIÓN
(Madre del silencio)
 
Después de comulgar, el sacerdote se acerca a los que quieren comulgar y les presenta el pan consagrado, diciendo a cada uno de ellos:
V.:
 El Cuerpo de Cristo.
El que va a comulgar responde:
R.:
 Amén.
 
Si se comulga bajo las dos especies, se observa el rito descrito en el misal de altar. Cuando el sacerdote comulga el Cuerpo de Cristo, comienza el canto de comunión.

COMO UNA TARDE TRANQUILA
COMO UN SUAVE ATARDECER,
ERA TU VIDA SENCILLA
EN EL POBRE NAZARETH,
Y EN MEDIO DE AQUEL SILENCIO
DIOS LE HABLABA AL CORAZÓN.

VIRGEN MARÍA, MADRE DEL SEÑOR
//DANOS TU SILENCIO Y PAZ
PARA ESCUCHAR SU VOZ.//

ENSÉÑANOS, MADRE BUENA
COMO SE DEBE ESCUCHAR,
AL SEÑOR CUANDO NOS HABLA,
EN UNA NOCHE ESTRELLADA,
EN LA TIERRA QUE DORMÍA
HOY DESCANSA EN SU BONDAD. R.

Y SOBRE TODO MARÍA,
CUANDO NOS HABLA EN LOS HOMBRES
EN EL HERMANO QUE SUFRE,
EN LA SONRISA DEL NIÑO,
EN LA MANO DE UN AMIGO,
Y EN LA PAZ DE UNA ORACIÓN. R.

ANTÍFONA DE COMUNIÓN
(Cf. Jn 2,5)

Si no hay canto de comunión, se recita la antífona: 
V.:
 
Dijo la Madre de Jesús a los sirvientes: Haced lo que El diga.

Después, el sacerdote puede ir a la sede. Si se juzga oportuno, se pueden guardar unos momentos de silencio o cantar un salmo o cántico de alabanza.
 
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se haya hecho antes
 
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
 
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración después de la comunión.
Pres.: Oremos.
El sacerdote, con los brazos abiertos, dice la oración:
Te pedimos, Padre, por intercesión de la Virgen María de la Merced que, habiendo recibido el sacramento de la redención y de la vida, nos concedas cooperar más intensamente al misterio de la salvación de los hombres y alcanzar la gloria de tu Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R.: Amén.

 
RITO DE CONCLUSIÓN
 
BENDICIÓN FINAL
(Santísima Virgen María)
 
En este momento se hacen, si es necesario y con brevedad, los oportunos anuncios o advertencias al pueblo.
 
Después tiene lugar la despedida. El sacerdote extiende las manos hacia el pueblo y dice
Pres.: El Señor esté con ustedes.
R.: Y con tu espíritu.

Pres.: Que Dios, cuya providencia amorosa quiso redimir benignamente al género humano por medio de su Hijo santísimo nacido de la Virgen María, los colme de sus bendiciones.
R.: Amén.

Pres.: Que experimenten siempre y en todo lugar la protección de la Virgen María, por quien merecieron ustedes recibir al autor de la vida.
R.: Amén.

Pres.: Que a todos ustedes, que se han reunido hoy aquí para celebrar con devoción esta fiesta de María, el Señor les conceda los goces espirituales y los premios del cielo.
R.: Amén.

El sacerdote bendice al pueblo, diciendo:
Pres.:
 Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo  y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
R.: Amén.
 
Luego el diácono, o el sacerdote, despide al pueblo con una de las fórmulas siguientes:
V.: 
La alegría del Señor sea nuestra fuerza. Pueden ir en paz.
R.: Demos gracias a Dios.

Después el sacerdote se retira a la sacristía.
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RENOVACIÓN DE VOTOS DE LA ORDEN DE LA MERCED

El religioso se acerca al altar después de la homilía o en el momento designado. El celebrante (generalmente un superior de la Orden) dirige unas palabras a la asamblea, explicando el significado del rito.

INVITACIÓN DEL CELEBRANTE
 
El celebrante invita al religioso a renovar públicamente sus votos:
 
Pres.: Querido hermano N., habiendo sido llamado por el Señor a seguir a Cristo Redentor en la familia de la Orden de la Merced, ¿quieres ahora renovar tus votos, confirmando tu deseo de continuar viviendo según las enseñanzas de nuestro fundador, San Pedro Nolasco, para la redención de los cautivos y el servicio a la Iglesia?
Hmno.: Si, quiero.
 
RENOVACIÓN DE LOS VOTOS SIMPLES
 
El religioso se arrodilla o permanece de pie, con las manos juntas o extendidas. Pronuncia los votos en voz alta, según la fórmula establecida por la Orden:
 
Hmno.: Yo, (nombre del religioso), renuevo hoy en tus manos, Padre (nombre del superior o celebrante), mis votos de castidad, pobreza, obediencia, y el cuarto voto de redención, según la regla y constituciones de la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced, en el servicio a los cautivos y a la Iglesia. Con la gracia de Dios y la intercesión de nuestra Madre, la Virgen de la Merced, deseo seguir entregando mi vida en favor de la libertad de los oprimidos y por la salvación de las almas. Así lo prometo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. 
 
BENDICIÓN
 
El superior o celebrante bendice al religioso que ha renovado sus votos: 
 
Pres.: Que el Señor, que ha comenzado en ti esta obra buena, la lleve a término. Que la Virgen María, Madre de la Merced, te guíe y te proteja en tu entrega generosa al servicio del reino de Dios y de los cautivos. Que el Espíritu Santo te fortalezca en tu vocación y te mantenga siempre fiel a tus compromisos. Por Cristo nuestro Señor.
R.Amén.
 
ORACIÓN DE LA COMUNIDAD
 
Se puede añadir una oración de intercesión o una letanía a la Virgen de la Merced, pidiendo su protección y su guía para el religioso:
Pres: Oremos, hermanos, por este nuestro hermano que ha renovado sus votos, para que, por la gracia de Dios y la intercesión de la Virgen María, persevere en su vocación y sea fiel al servicio de Cristo en los pobres y cautivos.
R.Cristo óyenos, Cristo escúchanos.
 
El rito concluye con un abrazo de paz entre el celebrante y el religioso, así como con el gesto de paz con los demás miembros de la comunidad.
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